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De como el ansia de perfección se comió a la imperfección.


A veces me acuerdo de cuando todo lo que veía era verde. 
Miraba fijamente las imperfectas agujas del reloj por si un efecto visual, al estilo partícula cuántica,adelantaba la hora.
Las agujas del reloj, igual de imperfectas que las primeras citas de litronas sin abrefácil y ensaladas con pollo y salsa césar.

Igual de imperfectas que las noches prepolvo desnuda en tu cama hablando de la Interpretación de los Sueños de Freud.

Igual de imperfectas que las ecuaciones de Laplace que garabateaba en tus papeles que adornaban la mesa de escritorio de tu habitación. 

Joder, es que no te imaginas lo imperfecta que era tu silueta detrás de mi café menta-praliné en una primera planta de un Starbucks en Navidad. Igual de imperfecta que tu mirada verde por el espejo retrovisor en un coche con música causal y nervios escondidos en sudaderas de Adidas y Vans de colores.

Porque yo una vez tuve los ojos verdes más imperfectos de mi vida.Y desde entonces, mi color preferido es el verde imperfecto. 

Y el pretérito imperfecto, mi imperfecta manera de recordarte.