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Pequeños placeres como despertar oliendo a café recién hecho o tener ácido láctico en la zona abdominal.


En invierno apareciste tan intelectual e introspectiva que amenazabas tormenta.
Y a mí me pillabas con un abrigo verde sin capucha.

Después escondiste el vértigo en tus labios 
y lo desvestiste con arpegios llenos de supervivientes a tu incendio.
Y luego te escuché tocar.
Y me quedé totalmente desafinada.
Se te daba bien tensar las cuerdas,
y al final,descubrí que se te daba mejor tensar mis caderas.

En primavera viniste sin ropa interior a leerme un poema,
que hablaba de amor y otros trastornos del sueño,
prendiendo velas de “quédate a dormir, prometo no hacerte hueco en mi cama”.
Y a mí se me derretía la incertidumbre de saber
si te irás un día y te dejarás todos los recuerdos que me has regalado
en un bolso de Bimba & Lola
tirado en una carretera a ninguna parte.

Y ahora me regalas flores y me dedicas libros que no son tuyos,
pero en mi cabeza aparece tu cara en la portada
y yo no quiero parar de reír,
como cuando me haces cosquillas a traición
o pides besos debajo de pañuelos,
que no huelen a menta,
pero resguardan del frío de después.

De después de correr(me) detrás de tus pasos armónicos,
los mismos que me acompañaron
un día de tu cama a la parada de autobús,
que vio el comienzo de otro incendio en nuestras pupilas.

Sospecho que guardas un verano entre las piernas.